Enfermedades autoinmunes

Enfermedad inflamatoria intestinal

La Enfermedad Inflamatoria Intestinal (EII) afecta a más de 3 millones de personas en toda Europa, lo que conlleva un gasto sanitario directo de más de 5.600 millones de euros anuales.

¿Qué es la enfermedad inflamatoria intestinal?

La enfermedad inflamatoria intestinal (EII) es una afección crónica del tubo digestivo. Esta enfermedad cursa con edema, inflamación y ulceración de diversas partes del aparato digestivo. Esta inflamación provoca la alteración del proceso digestivo natural.

Los pacientes con EII pueden pasar periodos de buena salud (remisión) intercalados con momentos en los que los síntomas son más activos (recaídas o brotes).

Dentro de la EII se distinguen fundamentalmente tres patologías: la enfermedad de Crohn (EC), la colitis ulcerosa (CU) y la colitis indeterminada (CI).

¿Por qué se desarrolla la enfermedad inflamatoria intestinal?

Aunque su causa es aún desconocida, la hipótesis actual sugiere que estas enfermedades aparecen en personas con predisposición genética (susceptibles de padecerlas) al estar expuestas a determinados factores ambientales (la mayoría de ellos desconocidos o por confirmar), lo que da lugar a una respuesta inmunitaria (inflamatoria) exagerada y autoperpetuada de la pared intestinal contra la flora intestinal. Se trata, por tanto, de enfermedades inmunomediadas, es decir, producidas por una reacción anómala de nuestras propias defensas contra nuestro propio organismo (en este caso, el intestino).

A nivel celular, los leucocitos son las principales células inmunitarias implicadas en la inflamación; por esta razón, la mayor parte de los nuevos tratamientos centran su acción en neutralizar estas células o las sustancias que liberan.

¿Cómo se produce la enfermedad inflamatoria intestinal?

Aunque pueden desarrollarse a cualquier edad, aproximadamente el 60% de los casos de EII acontecen entre el final de la adolescencia y el inicio de la edad adulta (entre los 15 y 35 años), pero hasta un 25% se presentan en edad pediátrica y un 15% en personas de edad avanzada. Se trata de enfermedades que, muchas veces, interfieren en etapas cruciales para el desarrollo psicosocial de los pacientes: cuando están en pleno desarrollo de su formación académica, el establecimiento de relaciones sociales y el inicio de la vida sexual o de la vida laboral. Desde esta perspectiva, la EII puede interferir enormemente en la calidad de vida de los pacientes; por este motivo resulta de vital importancia un control precoz e integral tanto de los síntomas como de la prevención de las complicaciones de la enfermedad desde su inicio.

Si bien los mecanismos por los que se desarrollan y la epidemiología de la EC y la CU son en gran parte compartidos, desde el punto de vista de los síntomas y las manifestaciones clínicas, ambas patologías son muy distintas.

En el caso de la EC, los síntomas suelen ser de aparición tórpida, muchas veces inespecíficos, como el dolor abdominal crónico o recurrente, y, en casos más avanzados, la pérdida de peso. Esto conlleva en algunos casos la demora en el diagnóstico de la enfermedad. Pueden también aparecer otros síntomas, como la fatiga, la fiebre o, en los niños, el retraso del crecimiento. La EC puede afectar a cualquier segmento del tubo digestivo, desde la boca hasta el ano; sin embargo, la afectación más común se produce en el último tramo del intestino delgado (denominado íleon terminal) con o sin afectación del intestino grueso. Típicamente, la enfermedad afecta a todo el grosor de la pared intestinal y por esta razón no es infrecuente observar ciertas complicaciones, como fístulas intestinales o abscesos abdominales, que obligan a intervenciones quirúrgicas en la mitad de los pacientes.

A diferencia de la EC, la CU suele implicar un empeoramiento repentino o rápidamente progresivo que cursa con diarrea sanguinolenta y dolor abdominal como síntomas más frecuentes, los cuales facilitan el diagnóstico. La CU solo afecta al colon, iniciándose normalmente en el recto (último segmento de intestino grueso) y, en muchos casos, se extiende hacia el interior del colon; las áreas afectadas son continuas (no en placas); por esta razón, algunos síntomas como la necesidad imperiosa de defecar y la incontinencia fecal son comunes durante los brotes de actividad de la enfermedad, a la vez que altamente incapacitantes. En la CU, la inflamación se limita a la pared más interna del intestino grueso (denominada mucosa), por lo que las complicaciones mencionadas para la EC son excepcionales en la CU. Afortunadamente, la necesidad de intervención quirúrgica en la CU es mucho menor (en torno al 5%) que en la EC.

Otro aspecto que diferencia a la CU es el papel determinante de los neutrófilos: un tipo de glóbulos blancos con una función destacada en la fase aguda de la inflamación. Estas células han demostrado ser muy importantes en lo que respecta al riesgo de recaída de la enfermedad, habiéndose demostrado que su ausencia en las biopsias se asocia a un mejor pronóstico de los pacientes. Sin embargo, solo algunos tratamientos actúan disminuyendo la cantidad de estas células en la mucosa del colon para menguar o eliminar la inflamación.

Además, los neutrófilos son los responsables de la síntesis de una proteína, la calprotectina, que ha resultado de crucial importancia para controlar mejor a los pacientes con CU. Esta proteína puede detectarse en las heces de los pacientes, y su presencia está estrechamente relacionada con las lesiones que pueden observarse mediante endoscopia. Por tanto, su determinación permite la modificación del tratamiento en función de su presencia o ausencia, para reducir la dosis o cambiar el tratamiento sin necesidad de realizar una colonoscopia. En la actualidad, la mayoría de los hospitales utilizan la medición de la calprotectina en heces para un mejor control de los pacientes con CU.

Por último, la EII puede presentar lo que se denomina manifestaciones extraintestinales; es decir, la inflamación de algunos órganos o tejidos distintos al tubo digestivo en hasta el 40% de los pacientes. Entre ellas, las más frecuentes son las manifestaciones articulares (en forma de artritis o entesitis), la cutáneas (como el eritema nudoso o el pioderma gangrenoso) y las oculares (como la escleritis o la uveítis). Estas manifestaciones extraintestinales pueden cursar de forma paralela o independiente de la actividad inflamatoria del intestino.

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